Prince: El «DETALLE EMANCIPADO»

Raquel Rivera
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Ayer se nos heló el corazón de nuevo: Prince, a los 57 años, y de manera sorpresiva era hallado muerto en el ascensor de su estudio de Pailey Park, en su Minneapolis natal. La Parca se ha fijado de manera especial estos meses en los genios de la música, elevando a nuestros mitos de la del siglo XX al plano de las divinidades olímpicas.

Prince Roger Nelson, también conocido como Prince, TAFKAP (el artista antes conocido como Prince), el The Artist, Symbol, Camille, Jamie Starr, Sinbad the Conqueror, The Purple One, Christopher Tracy, His Royal Badness, Purple Yoda, His Purple Badness, El Enano de Minneapolis, Skipper…fue para la industria discográfica, un pequeño gran príncipe, que, como el Principito venido de otro planeta, o un superhéroe de mil nombres, vino a cambiar las lógicas imperantes a través de sus sucesivas mutaciones e reinvenciones. Prince, rey de los talentos musicales, múltiples como sus nombres, puso éstos en una primera etapa de su carrera, al servicio del gigante Warner, en una lucrativa sociedad. Esta etapa, enormemente fructífera en lo musical, fue asimismo el preludio de una guerra por sus derechos en la que hasta el nombre del artista -su identidad personal y corporativa- se lucharon hasta la extenuación por ambas partes.

El genio de Minneapolis dedicó su vida –se podría decir que en una actividad paralela a la música- a la emancipación artística y a la rotura de las cadenas con las industrias musicales. Desde la primera gran batalla con Warner, que escenificó en público tatuándose la palabra “Slave”, a las últimas con YouTube y E-bay, sus metamorfosis personales y artísticas fueron una búsqueda de la autonomía en la gestión de su arte, y los frutos económicos de ella derivados. Es posible que gran parte de la energía del genio fuese empleada en esta lucha a cuerpo abierto por proteger sus derechos en detrimento del desarrollo de sus infinitas ideas musicales, pero, paradojicamente, esta misma lucha por su autonomía abrió una nueva era en las relaciones contractuales entre los artistas y la industria discográfica.

Nunca otro artista encarnó de forma más perfecta, con su obra musical y su gesta personal, el pensamiento de Theodor Adorno (quien utilizaría por primera vez, y de modo crítico, el concepto de “industrias culturales”). Y qué mejor epitafio que este texto de Adorno para resumir la vida del héroe:

“El detalle, al emanciparse, se había hecho rebelde y se había erigido, desde el romanticismo hasta el expresionismo, en expresión desenfrenada, en exponente de protesta contra la organización”.

 

 

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